* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

sábado, 23 de agosto de 2014

Una salchicha, un panecillo y mostaza

Ya estamos de vuelta en el pueblo. Sí, Dora y este españolito han vuelto a hacer acto de presencia en el archiconocido -ni archi, ni conocido- pueblecillo de Alemania... del Este. Y, de verdad, no han pasado ni dos días del regreso y, pese al regimiento de pastillas vitaminadas y tres veces omeganizadas que mi querida "sister" introdujo en mi maleta -les juro que pensé que esta vez me detenían en el aeropuerto por tráfico de drogas-, ya me he resfriado. En fin, una de dos:

1) O mi organismo, ya saben, regentado por Dora, no ha aceptado que se termine el periplo vacacional y me está diciendo que me vuelva para España pero ya; y es que "Spain-twelve points" es única (para lo bueno y para lo malo).

2) O el hecho de presentarme en la gasolinera del pueblo a las doce de la noche en pantalones cortos -amarillísimos, eso sí- y en sandalinas playeras todavía con restos de arena, con una temperatura ambiental de siete grados Julius, digo Celsius (Julius es el cocinero favorito de mi amiga Lara Crawford), ha invitado a todo tipo de microorganismos a visitar mi macroorganismo y, claro, éste último se ha puesto a la defensiva.

La guisa: mis "anda-que no-han-dado-de-sí" pantalones amarillos favoritos.
Voten ustedes mismos cuál de las dos opciones creen que es la correcta.

Uno, guiado por la objetividad de los acontecimientos, se decanta más por la segunda opción. Y es que no vean la cara del gasolinero bigotudo teutón, muy muy teutón, cuando de repente se le acerca un tipo con un tono de moreno de piel cinco veces superior al suyo y, de la guisa previamente mencionada, le pide en imperfecto alemán algo para comer. Pues va el tío y me vende una salchicha cocida, un panecillo y mostaza.

¡Bienvenido a Alemania!

Atrás quedaban en el recuerdo de Dora -ésta cuando quiere se acuerda de todo- el sashimi de atún de almadraba en El puerto de Santa María (Zaragoza); las empanadillas de Encarna o de la madre del cocinero argentino -ni idea si realmente se llama Encarna- en El indio malo (Tubo de Zaragoza); la ensaladilla rusa de la madre del tío Gilito (Denia); la ensalada de pulpo y el steak tartar de la Paca en La Seu (Denia); el pincho de vieira y gamba en El Bula (Zaragoza); la bomba en la Cervecería Moritz (Barcelona); el sushi del Miu (Barcelona), etc.


Ésta es la ensalada de pulpo de la Paca

En fin..., que ahí estaba uno tiritando con su salchicha, su panecillo y con un par de sobres de mostaza.

Este impagable momento -bueno, realmente pagué tres euros por el kit gastronómico de bienvenida- tuvo que ser una señal inequívoca del cielo para recordarme quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Pues si la señal pretendía esclarecer alguna de las anteriores cuestiones no lo consiguió. Sólo consiguió saciar mi apetito y ensuciar mi conciencia pre-maratoniana.

Total, que envuelto en el gélido manto de la noche me dirigí a mi 1/3 de villa donde, sorpresa, mi querida abuelilla, colaboradora habitual en las labores del hogar, había tenido a bien dejar todas las ventanas abiertas en señal de bienvenida ventilada.

Oigan, que en mitad de Agosto y ¡con el pijama largo y el edredón de invierno hasta el cuello! El despertador me iba a recordar unas horas más tarde el comienzo de un nuevo ciclo de este loco y surrealista viaje. ¡Mi cuarto año de expatriación! Vale, sí, cuarto año y todo lo que quieran, pero lo primero que hice cuando me atreví a divorciarme del edredón fue encender todos y cada uno de los radiadores del hogar.

Ya ven, aquí estamos con un frío que pela... y pela de verdad. Mi "como-en-mis-tiempos-jóvenes" piel playera color tizón ha empezado a desprenderse de mi ser. Y digo yo: ¿había necesidad de un pelado cutáneo tan rápido?

Yo creo que no pero bueno, por lo menos las vacaciones han conseguido que vuelva a estar más "p'acá" que "p'allá". Gracias a todos los que de una manera u otra lo han hecho posible. La desconexión del pueblo y de todos sus co-habitantes ha sido de libro. Me lo recomendó la terapeuta Dora -ahora va de terapeuta, como si no tuviera bastante con hacer de disco duro selectivo- y su terapia ha funcionado.

Así que hoy, queridos lectores surrealistas, empezamos un nuevo ciclo: una salchicha, un panecillo y mostaza.

Que ustedes lo vean, lo beban, lo lean o simplemente lo disfruten.


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