* La guía perfecta para no entender la vida de un expatriado, pero pueden intentarlo...

viernes, 31 de octubre de 2014

Maratón Frankfurt 2014

"... Y de repente, una alfombra roja desplegada ante un espectacular escenario de música, luces y colores. Me adentro y exclamo de emoción. Estoy temblando. Mis piernas me transportan en volandas hasta la línea de meta. Estoy roto. Me apoyo en la primera valla que encuentro y cierro los ojos. Respiro. Entre el bullicio empiezo a distinguir unas voces que gritan mi nombre. Levanto la cabeza y vuelvo a sonreír."


Un dato que Dora nunca olvidará: 3h 16' 57"

Tres horas y media antes salía del baño a toda prisa, corriendo y estresado porque llegaba tarde a la salida de la maratón de Frankfurt 2014.

- No me lo puedo creer. Tanto tiempo esperando este momento y voy a llegar tarde. 

Y es que, menudas colas se forman en los baños antes de las carreras, ¡por favor! Digamos que la carrerita del baño a la línea de salida me sirvió como calentamiento previo; ni estiramientos, ni nada. No hubo tiempo. Veinticuatro mil corredores se aglutinaban ya en la línea de salida y decido colarme entre el grupo de los buenos, que no profesionales.

- Luego me adelantarán todos, uno detrás de otro, o de dos en dos, pero y qué más da. ¡Sobrado!

Me coloco al lado de un japonés, que por el lejano oriente creo que hay mucha tradición maratoniana y oye, a ver si se me pega algo. Comienza la carrera. Me pongo a correr a mi ritmo y con una sonrisa en la boca. El sol acompaña pero no calienta. Los gritos de ánimo de la gente llegan de todas las direcciones y con ellos nos adentramos en el corazón de Frankfurt. En los espejos de los rascacielos observo la figura de un españolito corriendo feliz.


Por ahí andan el japonés y el españolito.

Entre el público, mis queridos Teufelcillo, Pedro y super E que, junto con otra españolita amiga residente, ondean alegres y jubilosos una bandera de España. Pedro se pone a mi altura y compartimos sonrisas y opiniones.

- Ya verás como dentro de un rato no tengo tantas ganas de expresar mi punto de vista.

A lo largo de la carrera descubriré que no soy el único españolito; ni mucho menos. Cada dos por tres -seis- se escucha: ¡España!, ¡España!, ¡España! Es fácil reconocernos porque ante el sonido de la palabra clave se produce una reacción automática en cadena de alzamiento de brazos y acompañamiento musical por parte de todos los identificados.

De repente noto algo viscoso en mi perfilado gemelo. No me lo puedo creer. Me imagino perfectamente el vuelo descendente y descontrolado del escupitajo de alguno de los corredores.

- En fin... ya se secará.

La carrera avanza y el ambiente no decae. Grupos de música de lo más variopinto amenizan todas las plazas y esquinas del recorrido. Desde charangas de barrio, a bandas municipales, pasando por DJ's, grupos de rock & roll, salsa brasileña y comparsas canarias (o algo parecido). A cuál más auténtico. Sólo falta un cuadro flamenco. Bueno, yo ya tengo el mío y muy querido. Ya saben ustedes: "Cuatro y el de la guitarra".

Me encanta la autenticidad de la gente.

El público presente y no presente nos lleva en volandas. Para ayudar a las volandas decido engullir cada 5 km una banana, un gel de carbohidratos y todo tipo de líquidos isotónicos. Esta vez no será por falta de avituallamiento.

En el km 14, de repente me doy cuenta de que ¡estoy esprintando! Venga, ¡alegría! Ha debido de ser la reacción adrenalínica producida por el contacto visual y auditivo con el cuarteto previamente mencionado. Reduzco la velocidad.

Llego al km 30 y no encuentro el famoso muro de las lamentaciones -barrera psicológica canalla que prohíbe el paso-, sino más bien todo lo contrario. Mi cuerpo sigue adelantando corredores, trotando alegre cual gacelilla campestre. Sonrío. Bueno, realmente no he dejado de sonreír en ningún momento.

- Mírame. Parezco un robot corriendo. Ni que me hubiera metido un chute de algo (¿el paracetamol de anoche?). 

A mi alrededor se empiezan a suceder escenas dramáticas de corredores exhaustos que se resisten a abandonar. En el km 36, los gritos nominativos de Teufelcillo y de la amiga españolita residente me vuelven a dar otro empujón. El optimismo me desborda. No salgo de mi asombro que mi cuerpo no se haya quejado todavía.

Pero de golpe y porrazo salgo; del asombro, vamos. Y es que así como si nada, en un intento por subir el escalón de una acera -por acortar un poco en la curva- mi pierna me manda un primer aviso en forma de calambre. Juro y perjuro. Queda inaugurado el festival de fuegos artificiales electrocutantes.

Ya no veo brasileñas, ni rascacielos, ni nada. Los ojos aguachinados y las piernas electrocutadas. Un año en 42,195 km. Dejo de mirar el reloj. Me he olvidado del tiempo.

Y de repente, una alfombra roja desplegada ante un espectacular escenario de música, luces y colores...



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